La marcha por la ciencia y las verdades incómodas

hindustantimes.com
Parece insólito que en pleno siglo 21 la ciencia se encuentre en la situación de tener que ser defendida. Miles de científicos y simpatizantes en todo el mundo tomaron las calles el 22 de abril último para exigir a Trump y sus seguidores a reconocer la relevancia de la ciencia para la vida humana. Once años después del famoso documental de Al Gore sobre las verdades incómodas del Cambio Climático, estamos en un contexto en el que se pretende reemplazar las verdades incómodas por ¨hechos alternativos¨ o verdades a la medida de ciertos intereses.
Pero lo que está en juego es mucho más que un simple descreimiento de la ciencia. De fondo se juegan visiones del mundo que han entrado en competencia en el terreno de las políticas públicas y que no solo implican un riesgo que se circunscribe a los ciudadanos estadounidenses, sino uno a escala mundial.
Recordemos que el inicio de esta protesta, llamada la Marcha de la Ciencia y de este choque de visiones, es la presidencia de Donald Trump. Si bien Trump como otros presidentes republicanos mostraron su consabido conservadurismo, su caso comporta una amenaza global. Y es que, además de cambio de políticas que implican un retroceso importante en términos de protección a minorías, personas vulnerables o restricción de libertades (inmigrantes, Planned Parenthood, antivacunación) el tema del Cambio Climático es especialmente álgido.
Los efectos de la flexibilización de controles ambientales y deslegitimación de la investigación científica en ese rubro comienzan a hacerse patentes en EEUU con los recortes presupuestales a importantes instituciones que producen datos científicos, así como con la eliminación del Plan de Energías Limpias (Clean Power Plan) y los intentos de borrar data masiva de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) que es de libre acceso en internet. Además de haber puesto en cuestión el importante Acuerdo de París.
Tarde o temprano los efectos se sentirán en el mundo entero en un momento de gran precariedad medioambiental y en el que más bien deberían estar tomándose las medidas para enfrentar fenómenos extremos y cambios climáticos que afectan la seguridad alimentaria, energética, la economía, riesgo de pérdida de vidas y exacerbación de conflictos sociales por agua o tierras.
Lugares del mundo donde se dio la marcha por la ciencia el pasado fin de semana.
Ya sustentamos en un post anterior cómo la postura de Trump parece más una coartada para promover normatividad en favor de ciertos intereses económicos y políticos. Pero mientras Trump parece instrumentalizar la anticiencia para sus fines, sí es cierto que una importante cantidad de gente cree auténticamente en ese discurso. La anticiencia es favorable no solo a intereses políticos, también a los religiosos; y finalmente en esas visiones distintas del mundo se juega también la hegemonía de las políticas que los grupos contrapuestos (prociencia y anticiencia) exigen para la sociedad que desean.
Esta lucha cultural pone en juego una forma de ver el mundo. De un lado, quienes lo hacen confiando en el conocimiento que la ciencia ofrece, con constatación empírica, y del otro, aquellos que prefieren basarse en informaciones que, aunque no estén fehacientemente constatadas, se ajusten a sus creencias injustificadas, prejuicios o miedos. La guerra contra el conocimiento en general y el conocimiento científico en particular que ha desatado Trump puede tener consecuencias serias. Estamos hablando de un líder mundial con gran influencia, que promueve las mentiras abierta y comprobadamente falsas como si fueran verdades; que es implacable con la prensa que lo desmiente o disiente; y que fomenta la deslegitimación de la autoridad científica y la desconfianza en las instituciones que representan la certidumbre, la prueba y el pensamiento crítico.
La arremetida de bolsones humanos adhiriéndose a la postura anticientífica es peligrosa pues se trata de una forma de ver el mundo al margen de las constataciones y apoyada en superstición, en conveniencias o miedos y en acomodar los argumentos a sus creencias previas sin necesidad de verificación.
Mientras Trump juega su propio juego instaurando la ideología de ¨los hechos como quiero que sean y no como son¨ para contrarrestar verdades científicas o conocimientos que le son inoportunos o incómodos a ciertos poderes económicos, se consagra una degradación de la autoridad científica que por lo demás ha demostrado ser el mejor sistema del ser humano, el más estricto y riguroso para llegar a certezas transitorias hasta que nuevas y mejores pruebas las modifiquen. Quizás eso es lo que mucha gente confunde, tomando por inconsistencia su apertura a la actualización en comparación con las ideologías y fundamentalismos que son sistemas cerrados y ¨seguros¨ que prescinden de hipótesis, pruebas, experimentos replicados o revisión por pares. Y porque precisamente lo que las hace ideologías es su incapacidad de automodificarse en lo medular ante nueva y mejor evidencia.
Las consecuencias de reemplazar la ciencia por ideologías son una receta para el desastre. Si se desvirtúa el conocimiento científico como referente de decisiones políticas en pro del bien común y privilegiando intereses subalternos, eventualmente todos sufriremos las consecuencias en salud, seguridad alimentaria, energética, y de recursos y equilibrios en términos de la propia supervivencia de la especie. Por eso la marcha de este 22 de abril que se llevó a cabo en más de 600 lugares del mundo (Asia, Europa, África y América con cierre en Washington) ha sido un hito importante porque marca, además, el inicio de algo que hasta donde recuerdo es la primera vez que ocurre: una protesta masiva y global de científicos, una toma de postura y ejercicio de sus derechos políticos por aquello en lo que creen para ellos y para la humanidad. Pese a voces que sostienen que los científicos no debieran inmiscuirse en la política para permanecer en la neutralidad que caracteriza a la ciencia, lo cierto es que la política se está inmiscuyendo esta vez de manera amenazante y la defensa de ella debe venir de los primeros concernidos.
Trump atacando a la ciencia y su método, atacando al conocimiento y al pensamiento crítico promueve un peligroso encumbramiento de la ignorancia. Si este método método que nos previene del oscurantismo es deslegitimado, puede ser el último gran error que permitamos en el camino a una subsistencia con esperanzas de calidad de vida. Finalmente, la ciencia nos provee de las evidencias de las cosas como son y los políticos están en la obligación de implementar las políticas de cómo debieran ser, en beneficio de todos. Como ha dicho en un video a propósito de la marcha Neil deGrasse Tyson: ¨(La ciencia) hace esto mejor que ninguna otra cosa que hayamos inventado los seres humanos… No puedes decir que eliges no creer que E = mc2. ¡NO TIENES ESA OPCIÓN! Cuando una verdad científica emergente está establecida es verdad aunque tú elijas creer en ella o no. Y mientras más pronto lo entiendas, más pronto podremos tener una conversación política sobre cómo resolver los problemas que enfrentamos¨.
La historia nos muestra que esta contraposición de formas de ver el mundo no es nueva pero estamos viendo hoy una agudización peligrosa. No debemos olvidar ni por un minuto que el conocimiento siempre ha estado y estará bajo amenaza de intereses subalternos del poder político y económico. La lucha, entonces, debe también darse sin pausa.
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