A propósito de la llegada del devastador hongo Fusarium oxysporum a Sudamérica, en N+1 hicimos un repaso de la historia del banano y en especial de la variedad Cavendish, la más consumida a nivel mundial.
Hubo un tiempo en el que la banana más consumida no era la cremosa opción que encontramos actualmente en los supermercados o bodegas de la esquina, sino una variedad que actualmente está prácticamente extinta. Su nombre era “Gros Michel”, y según la gente que llegó a probarla tenía un sabor más dulce y la piel más gruesa.
La Gros Michel, al igual que todas las bananas, era nativa del sudeste asiático. Pero llegó a Jamaica en 1835 a través de un botanista francés. Luego de permanecer en un jardín botánico, la fruta fue sembrada a gran escala en plantaciones de Costa Rica, Honduras, Panamá y el resto de países centroamericanos. Con el tiempo, la variedad llegó a ser la más exportada a los Estados Unidos y el mundo en general.
Gros Michel, banana que fue practicamente extinguida por el hongo.
Flickr
Sin embargo, el hongo F. oxysporum hizo su aparición en las plantaciones de Panamá y causó devastación. El llamado “Mal de Panamá” fue particularmente letal: el patógeno permanecía en el suelo y agua hasta por periodos de 30 años e infectaba las plantas a través de las raíces.
Una vez dentro del huésped, el hongo encontraba su camino hacia el sistema de raíces y los vasos del xilema, los principales transportadores de agua de una planta. Después, destruía su sistema vascular, haciendo que la planta se marchite rápidamente y adquiera un color amarillento, debido a la falta de agua. Finalmente, la planta moría rápidamente debido a la deshidratación.
A pesar de los esfuerzos de los agricultores, el hongo ganó la guerra. Para la década de los 50 se había expandido fuera de Panamá y prácticamente logró extinguir la variedad Gros Michel.
Corte transversal de una banana que ha sido infectada con el mal de Panamá.
Flickr
Un largo viaje de miles de años
Pero los humanos tenemos una larga historia con los bananos, así que no nos íbamos a dar por vencidos. De hecho, según una investigación publicada en Science, las primeras domesticaciones de la planta ocurrieron hace 10 mil años, en Papúa Nueva Guinea. Luego, viajaron al África y no fue hasta que la encontraron los árabes que probablemente adoptaron el nombre con las que conocemos (banaan بَنَان, “dedo”). Hoy los investigadores han identificado 1.100 denominaciones de bananas alrededor del mundo.
Al África habrían llegado desde Asia, aparentemente traídas por navegantes. Sin embargo, el descubrimiento de fitolitos de banana en Camerún, que datan del cuarto milenio a.C., han vuelto a disparar el debate de cuándo realmente aparecieron.
Trabajadores descargando bananas Foster en Nueva Orleans, Estados Unidos.
Arnold Genthe/Library of Congress
Existe evidencia lingüística de que las bananas fueron muy conocidas en Madagascar alrededor de los 1.000 años a.C. Se cree que la deliciosa fruta habría llegado a Madagascar y la costa africana durante la colonización malgache (la ocupación de malayos y polinesios de la isla del Océano Índico).
Tras pasar por países árabes, islas mediterráneas y hacerse conocidas en territorios europeos, las bananas fueron introducidas en América Latina por los marinos portugueses, quienes trajeron las frutas desde África del este en el siglo XVI. A partir de allí se proliferaron en Brasil y las islas caribeñas.
Las bananas fueron introducidas a América Latina por los marinos portugueses, quienes trajeron las frutas desde África del este en el siglo XVI
De regreso a la era moderna, en vista a lo decimadas que estaban las plantaciones, los botanistas buscaron entre las plantas conocidas una variedad que fuera resistente al F. oxysporum y encontraron a la famosa Cavendish. El origen de esta variedad tenía un el lugar poco esperado: una mansión inglesa.
Según el botanista británico William Fawcett, en 1826 un caballero inglés llamado Charles Telfair, residente de la isla de Mauricio fue el primero en obtener plantas de esta especie del sur de China. Éste envió a Inglaterra dos ejemplares para un amigo suyo, y al menos una de ellos fue comprada por el duque de Devonshire, William Cavendish.
Para 1836, el botanista Aylmer Bourke Lambert había presentado la especie a la prestigiosa Sociedad Linneana de Londres llamándola Musa Cavendishii. Luego de ese hecho, el nombre se perennizó.
Según recoge la BBC, unos años más tarde, el duque Cavendish le dio dos plantas a un misionero llamado John Williams para que las llevara a la isla polinesia de Samoa. Sólo un ejemplar sobrevivió el viaje, pero fue suficiente para incentivar la industria bananera en Samoa y otras islas del Mar del Sur.
Otros misioneros también llevaron la banana Cavendish a la de las Islas Canarias y a otras del Pacífico. En esas circunstancias llega a Centroamérica, donde décadas después adquirirían popularidad debido a su resistencia al hongo que extinguió a la variedad Gros Michel.
El hongo contraataca
Sin embargo, el hongo no estaba eliminado y una cepa nueva con el nombre de VCG01213 (o Tropical Race 4 – Foc R4T) fue detectada en Taiwán en la década de los 90. Aunque inicialmente el patógeno solo se esparció en el sudeste asiático, con el paso de los años fue reportado en Australia, África e incluso Medio Oriente.
Al igual que con la enfermedad original, este patógeno se transmite a través del suelo y el agua, puede permanecer latente durante un máximo de 30 años, y es prácticamente imposible de detectar hasta que ya es demasiado tarde. Además, es insidiosamente resistente a los fungicidas.
El F. oxysporum es particularmente destructivo porque los bananos Cavendish son clones sin semilla. Esto significa que no hay diversidad genética en toda la población mundial para permitir individuos que sean resistente a al hongo. Ahora que la nueva cepa ha llegado a Sudamérica, el temor es que se repita la historia de los Gros Michel.
El ataque de los Clones
Cada uno de los frutos de la popular especie Cavendish es genéticamente hablando, exactamente el mismo. Todos son clones, descendientes de una banana única. De hecho, todas las plantas de banana son estériles, y cada banana “nueva” debe ser plantada manualmente a partir de las raíces de otras. El problema radica en que esta homogeneidad genética es riesgosa. Si una enfermedad infecta a la especie, esta se puede expandir rápidamente.
Aunque se han sugerido estrategias para hacerle frente al patógeno (que van desde la erradicación total hasta usar ingeniería genética), las propuestas tienen sus desventajas. Por ejemplo, Ecuador, el principal exportador mundial, tiene prohibidos los transgénicos y aunque logre cambiar su legislación. Y lo mismo ocurre en Perú, por lo que “el proceso para crear una especie resistente puede ser lento”, de acuerdo al biólogo especialista en biotecnología moderna David Castro.
N+1 / Johan Osorio
Esta situación hace que los países latinoamericanos sean particularmente vulnerables, especialmente si se tiene en cuenta que aproximadamente ocho de cada diez de los bananos que se consumen en el mundo salen de tierras latinoamericanas, según la FAO.
En este momento el hongo está contenido en Colombia, pero si llegase al Ecuador provocaría pérdidas millonarias. Los daños económicos no solo estarían vinculados con las pérdidas debido a plantas enfermas, sino también al costo de las medidas de manejo a implementar, así como a los cambios tecnológicos que tienen que ser introducidos para minimizar los impactos de la enfermedad.
Por el momento no hay panorama claro, pero la llegada del patógeno puede servir para que los gobiernos latinoamericanos se adecuen a los tiempos y no sean tan reacios a la ingeniería genética; y para que todos seamos más conscientes de que nuestras frutas favoritas también son especies que luchan por sobrevivir.
Victor Román
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, ciencia que suma.
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