Las extrañas técnicas de dopaje olímpico del pasado...y del futuro

El dopaje en los Juegos Olímpicos son tan viejos como la propia competición. Muchos deportistas han apelado prácticas singulares y extrañas que, dicen especialistas, se volverán aun más avanzadas con el tiempo dificultando su detección.

En la antigüedad, para empezar con el recuento de dopajes raros, los deportistas olímpicos llegaron a masticar testículos crudos de animales en un intento de aumentar su fuerza. 

Muchos más tarde, en las Olimpiadas de Verano en St. Louis de 1904, el maratonista estadounidense Tomas Hicks ganó el oro en una presentación magnífica. Se nutrió con dosis de whisky, claras de huevo y estrictina (hoy usada como pesticida, esta droga era promocionada entonces como una bebida energética). 

El Comité Olímpico Internacional recién empezó los tests de drogas en 1968. Desde entonces, un sinnúmero de casos salió a la luz destacando los de Lance Armstrong o Ben Johnson. 

Un caso de dopaje de película en tiempos recientes es el de Rusia. Más de cien atletas de aquel país fueron impedidos de competir de Río 2016, al descubrirse que agentes de inteligencia y médicos reemplazaban muestras de orina de deportistas dopados por muestras limpias durante los Juegos de Sochi 2014.

Hoy los ojos estarán puestos en Sung Yang, atleta chino con antecedentes, quien ha ganado el oro en 200 metros libres en Brasil y que hoy acusado por sus rivales de doparse y hasta de “mear morado”.

El problema del doping, sin embargo, no solo está en el presente o el pasado, sino en lo que se teme que venga en el futuro.

El médico Dennis Cardone, jefe de Medicina Deportiva del Centro Médico Langone, Estados Unidos, explica a Science of Us que en el futuro las grandes innovaciones del dopaje irán más allá de la regulación actual.

Los deportistas “extraerán su sangre, la almacenarán y se la trasfundirán de vuelta (...) la sangre almacenada es más espesa y adquiere más glóbulos rojos, lo que incrementa la capacidad de transporte de oxígeno y mejora el rendimiento”, indica el médico.

El incremento de glóbulos rojos funciona. Lance Armstrong usó una hormona para incrementar su número y así aumentar su resistencia. “Si estás usando tu propia sangre, es mucho más difícil de detectar”, advierte Cardone.

Otros académicos dirigen su preocupación a las modificaciones genéticas. Julian Savulescu, eticista de la Universidad de Oxford, recuerda en una columna para el British Medical Journal el caso del esquiador finés Eero Mäntyranta, ganador de tres oros en 1964.

Se descubrió que Mäntyranta tenía un transtorno sanguíneo hereditario que le daba (naturalmente) hasta 40 o 50 de más glóbulos rojos que una persona promedio. Así, Mäntyranta poseía una increíble resistencia, un factor determinante para sus éxitos deportivos.

Cuando en el futuro -explica Savulescu- editar genes se convierta en una realidad, quizás sea imposible determinar cuándo la sangre de un atleta es natural como Mäntyranta, y cuándo se trata de un friki atlético “editado” en un laboratorio secreto.

Daniel Meza

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