El clima frío aumenta la inteligencia de los pájaros

Un grupo internacional de investigadores ha llegado a la conclusión de que la vida en condiciones climáticas extremas es la causante de que los cerebros de algunos pájaros hayan aumentado de tamaño. Este artículo ha sido publicado en la revista Nature Communications.
Las razones por las que los cerebros de algunos seres vivos, como por ejemplo los de las personas, hayan crecido considerablemente de tamaño con el tiempo son aún, hoy en día, desconocidos. Entre los factores que podrían llevar al desarrollo de un gran cerebro, encontramos, entre otros, un modo de vida o comportamiento social, una inversión parental y unas condiciones climáticas determinantes. La influencia del clima en el tamaño del cerebro se describe en la “hipótesis del buffer cognitivo”, según la cual las aves con cerebros más grandes pueden afrontar más fácilmente los cambios en su hábitat. Esto les lleva a poder cambiar de lugar su nido o también a cambiar el tipo de alimento en periodos de escasez de comida.
Para verificar esta hipótesis, los investigadores analizaron el tamaño del cerebro y del cuerpo de un total de 4744 aves, pertenecientes a 1217 especies distintas, residentes en los cinco continentes y en ambientes climáticos dispares. Para poder evaluar con más precisión cómo cambia la disponibilidad de recursos dependiendo de la estación del año también se han incluido en la investigación datos sobre la productividad de las plantas.
Habiendo comparado todos estos datos, se ha podido demostrar que las aves que viven en zonas de mayor variabilidad climática, como es el caso de las regiones polares, tienden a tener un cerebro más grande que aquellas que habitan en zonas con un clima templado y más constante, como por ejemplo Ecuador, debido a la capacidad de aprendizaje e innovación que desarrollan para poder buscar alimento y sobrevivir en condiciones climatológicas duras. Curiosamente, esta correlación se descubrió solo para tres de los cuatro grupos incluidos en el análisis: paseriformes, strigimorces (o rapaces nocturnas) y piciformes. Sin embargo, en el cuarto grupo, el de los galliformes, se desconoce por qué no se ha descubierto esta correlación. Quizá sea que las aves galliformes no sobreviven en zonas de climas más extremos por el cambio en su comportamiento natural, sino por otras adaptaciones, por ejemplo la reducción de su metabolismo disminuyendo su temperatura corporal (lo que las ayuda a mantener el calor necesario para sobrevivir) o la búsqueda de alimento de menor calidad, como las acículas de las coníferas, siempre disponibles.
Los investigadores han verificado la reconstrucción filogenética de la evolución del tamaño del cerebro de las aves a fin de aclarar si, en efecto, su gran cerebro ha evolucionado tras haber habitado zonas con un clima fuertemente variable o si de verdad han tenido ese cerebro desde el principio, es decir, antes de asentarse en estas regiones. Dicho de otro modo, los autores han podido comparar la veracidad de dos modelos de evolución: la evolución adaptativa y la generación espontánea. Resultó que el modelo de evolución adaptativa tiene más apoyo y según este, los grandes cerebros se han desarrollado en respuesta a una vida en unas duras condiciones climáticas. Indirectamente, esto también se confirma cuando la correlación entre un cerebro grande y la estacionalidad climática se observa solo en las aves no migratorias. Las especies que emigran a regiones más cálidas durante el invierno no muestran un aumento en el tamaño de su cerebro a pesar de haber habitado temporalmente en un ambiente de condiciones más extremas.
Entre los factores, que constribuyen al desarrollo del tamaño cerebral, los científicos mencionan también el desamparo de las crías, así como un rendimiento mayor en cuanto al consumo de energía corporal.
Sofía Dolotovskaya
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