¿Cómo viven los pueblos que no conocen los números?

Tribu amazónica Umukomasã. Eduardo Fonseca Arraes

¿Cuántos números decimos a lo largo del día? Quizá no te hayas dado cuenta de la cantidad, pero nuestras vidas están marcadas por ellos: qué hora es, cuándo es la fecha de entrega del informe, la edad de tu hijo, ¿cuánto mide el sofá nuevo, entrará en el ascensor?, el susto que nos da la balanza... Todo a nuestro alrededor son cifras. La comunicación se vería reducida a constantes imprecisiones y conjeturas si no pudiéramos contar con este sistema. ¿O quizá no?

He aquí un dato importante: hasta hace aproximadamente 200.000 años no teníamos medios de representar con precisión cantidades, y es más: en los aproximadamente 7.000 idiomas que existen en el mundo, su utilización varía dramáticamente. Tanto es así, que hay culturas como las constituídas por cazadores-recolectores de la Amazonia, que no tienen palabras para nombrar  medidas exactas. Su manera de comunicar cantidades es a través de términos parecidos a unos pocos o algunos.

En el libro Los números y la creación de nosotros (Harvard University Press), escrito por el profesor de antropología de la Universidad de Miami (EE UU) Caleb Everett, se habla de la importancia de los números en la evolución de la sociedad. “Sin números, los adultos humanos sanos luchan para diferenciar y recordar exactamente cantidades tan bajas como cuatro”, cuenta el autor en este artículo de The Conversation.  Lo ilustra con un ejemplo: un experimento en el que un investigador introduce unas nueces en una lata, una por una y, después, las saca también una detrás de otra. Al observador, perteneciente a una tribu amazónica anumérica, se le pide que indique cuándo cree que el científico ha sacado todas las nueces de la lata. Los resultados sugieren que las personas que no conocen los números tienen serias dificultades para retener cantidades, incluso si solo hay cuatro o cinco en total. Como es de esperar, el autor asegura que esta limitación no tiene nada que ver con un problema cognitivo.

Sin embargo, muchas de estas personas lidian diariamente con tareas que requieren una discriminación precisa entre las cantidades. Sin contar, ¿cómo puede alguien decir si hay, digamos, siete u ocho cocos en un árbol? El científico considera que se puede llegar muy lejos sin conocer palabras para los números. "Por ejemplo, a la hora de dividir la comida, sencillamente se sientan alrededor, una persona corta el animal en pedazos y lo reparte a cada comensal siguiendo un círculo hasta que termina. Es un tipo de división sin números", explica.

Además, son sociedades en las que el préstamo económico es una figura inexistente. Su manera de organizarse se basa en compartir constantemente sin fijarse en la retribución. Para ellos, simplemente, no existe nuestra continua necesidad de contar con precisión.

Aunque claro, la comunicación se convierte en un problema al interactuar con alguien con un pensamiento basado en un sistema numérico, incluso conociendo el idioma. Un ejemplo: "Si alguien llegaba con tres pescados, dos muy pequeños y uno grande, la gente se refería al pez grande con la palabra que yo pensaba significaba dos, y para los dos peces pequeños decían la que pensaba era uno", cuenta Everett a la  BBC.

Pero en cuanto a lenguas, hay muchas otras curiosidades y complicaciones a la hora de hacernos entender con personas de otras culturas. En su libro La poesía de los números (Blackie Books) el matemático británico Daniel Tammet explica que si preguntas a un islandés qué va después del tres, seguramente no sabrá qué responder. El motivo es que este pueblo no entiende el número como algo abstracto, por lo que para ellos no es lo mismo tres vacas que tres mesas. En un manual de conversación, el número 4 aparece como fjórir. Pero cuatro ovejas son fjórar . Para ellos, el número abstracto situado al lado de la palabra que designa una cosa, como aparece en los manuales, no tendría mucho sentido.

Pero estas diferentes maneras de entender las cantidades no nos predispone ante otros conocimientos matemáticos. Según un estudio publicado en PNAS, la capacidad para entender la geometría es innata. Llegaron a esta conclusión a través de pruebas realizadas en una tribu del Amazonas, los mundurucu, que sin haber aprendido nunca esta disciplina, conciben las líneas, los puntos y los ángulos, con resultados comparables a las de escolares franceses y estadounidenses.
 

 

Beatriz de Vera
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