El alcohol cambia tu personalidad pero no tanto como crees, según quienes te rodean

Una investigación de expertos en salud mental de la Universidad de Missouri, publicada en la revista Clinical Psychological Science, da cuenta de que cuando nos emborrachamos, nuestra personalidad cambia, pero no tanto como creemos. Ello, al menos, de acuerdo con observadores de nuestro comportamiento en estado etílico, en otras palabras, de quienes nos rodean.

Conocemos bien el efecto del alcohol en el cerebro: es un depresivo y a la vez, un estimulante indirectamente. Ello, en la medida en que afecta los niveles de neurotransmisores excitadores e inhibidores. Con ello, tenemos efectos sedativos del licor en el cuerpo (aumenta por ejemplo, la producción del inhibidor GABA, un calmante cerebral que reduce la rapidez de nuestra habla y movimientos) pero también otros contrarios, producto por ejemplo del aumento de dopamina en el centro de recompensas del cerebro, las áreas del órgano que se activan cuando atravesamos alguna experiencia placentera (por ello, creemos engañosamente que el licor nos hace sentir bien).

Pero más allá del ámbito fisiológico, el consumo de alcohol se asocia estereotipadamente con  algunas conductas como la desinhibición, la algarabía y hasta en otros casos la melancolía. El estudio actual probó si las diferencias entre la sobriedad y la expresión intoxicada de la personalidad pueden ser observadas confiablemente por evaluadores entrenados, esto es, los que nos rodean cuando bebemos, durante un episodio de consumo. El resultado: las diferencias entre las personalidades sobrias y ebrias de los estudiados fueron menos drásticas de lo que ellos mismos consideraron, de acuerdo con observadores participantes.

El experimento consistió en observar cómo variaban los factores del Modelo de los cinco grandes, un modelo teórico psicológico que analiza la personalidad a partir de cinco dimensiones: el factor O (Openness o apertura a nuevas experiencias), el factor C (Conscientiousness o responsabilidad), el factor E (Extraversion o extraversión), el factor A (Agreeableness o amabilidad) y factor N (Neuroticism o inestabilidad emocional).

Para ello, se contó con 156 participantes, quienes completaron informes sobre su consumo regular de alcohol y sus propias personalidades "típicas" sobrias y borrachas y mediante dos mediciones cortas durante una sesión de consumo de alcohol.

Posteriormente, los participantes acudieron al laboratorio en grupos de amigos de 3 o 4. Ahí, los investigadores administraron un test de alcoholemia basal y midieron la altura y el peso de los participantes. En el transcurso de unos 15 minutos, la mitad de participantes consumió una gaseosa y la otra mitad, cocteles con el mismo sabor, preparados para alcanzar un contenido de alcohol en la sangre de alrededor de .09 en quien los bebe.

Después de un período de absorción de 15 minutos, los amigos participaron con los sujetos en una serie de actividades de grupo divertidas -incluyendo preguntas de discusión y rompecabezas lógicos- con el fin de obtener una variedad de rasgos de personalidad y comportamientos.

Los participantes completaron las mediciones de personalidad en dos puntos durante la sesión de laboratorio. Y los observadores externos usaron grabaciones de video para completar las evaluaciones estandarizadas de los rasgos de personalidad de cada individuo.

Como se esperaba, las calificaciones de los participantes indicaron un cambio en los cinco factores principales de la personalidad después de beber. Pero los observadores observaron menos diferencias entre los rasgos de personalidad con y sin alcohol de por medio. El único indicador en que denunciaron un cambio fue en el de la extroversión. Específicamente, los participantes que habían consumido alcohol se clasificaron más arriba en tres facetas de la extroversión: gregariedad, asertividad y niveles de actividad.

Los investigadores afirman que dado que la extroversión es el factor de personalidad más exteriormente visible, tiene sentido que ambas partes notaron diferencias en este rasgo.

"Creemos que tanto los participantes como los evaluadores fueron precisos e inexactos: los evaluadores informaron con fiabilidad de lo que era visible para ellos y los participantes experimentaron cambios internos que eran reales para ellos pero imperceptibles para los observadores", explica Rachel Winograd, de la Universidad de Missouri.

"Por supuesto, también nos encantaría ver estos hallazgos replicados fuera del laboratorio - en bares, en fiestas y en hogares donde la gente realmente toma su bebida", dice Winograd.

"Lo que es más importante, necesitamos ver cómo este trabajo es más relevante en el ámbito clínico y puede ser efectivamente incluido en las intervenciones para ayudar a reducir cualquier impacto negativo del alcohol en la vida de las personas", concluye.

Hans Huerto

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