Todos los humanos mentimos, tú también: estas son las razones

Allef Vinicius

Imagina que haces un test donde tienes que responder a 20 problemas matemáticos simples. Tienes cinco minutos para resolver tantos como sea posible, y el incentivo es que cuantos más y mejor hagas, más te pagarán. Sin embargo, cuando se acaba el tiempo, se te ordena que metas el papel en una trituradora, de tal modo que la manera de saber cuántos problemas has resuelto será únicamente preguntándotelo. ¿Dirías la verdad?

Esta prueba la realizaron los investigadores de la Universidad de Duke (EE.UU.), según se cuenta en la edición de junio de National Geographic, para comprobar si los voluntarios decían o no decían la verdad (como habrás sospechado, la prueba original nunca fue a una trituradora, aunque los participantes creían que sí). Sus resultados indicaban que la mayoría de nosotros mentimos, pero no demasiado. En promedio, los voluntarios dijeron haber resuelto seis de los problemas, cuando la media real era de cuatro. Los datos fueron similares en diferentes culturas.

El artículo, del que se hace eco Washington Post, considera que tan pronto como los humanos aprendieron hablar, empezaron a darle la vuelta a la verdad. La capacidad de manipular a los demás sin usar la fuerza física, probablemente, confirió una ventaja en la competencia por recursos y compañeros, similar a la evolución de estrategias engañosas en el reino animal, como el camuflaje. Las razones principales por las que mentimos, parecen ser cuatro: para promocionarnos o protegernos y para mostrarnos amables o crueles. Aunque luego existen otras situaciones que son inexplicables, incluso para nosotros.

Según un experimento de la Universidad de Toronto (Canadá), los niños más pequeños son los menos propensos a mentir, probablemente porque todavía están aprendiendo cómo hacerlo. En el estudio, se escondía un juguete y se le pedía a unos niños que adivinaran qué era lo que estaba escondido. En un momento dado, el investigador se ausenta de la habitación un momento fingiendo contestar a una llamada, y le pide al niño que no mire.

Aunque la mayoría de los niños no pueden resistirse a mirar a escondidas, cómo reaccionan cuando se les pregunta, depende de la edad: los más pequeños suelen admitir que han echado un vistazo, mientras que alrededor del 80% de los niños de ocho años afirman que no lo hicieron. También su comportamiento para ocultar la mentira se vuelve más complejo: mientras que los pequeños que han mirado dan una respuesta correcta sobre el juguete (incluso lo que dicen que no lo habían hecho), los mayores, para sostener la mentira, dan respuestas falsas deliberadamente.

Según el artículo, estudios en adultos demuestran que los cerebros continúan adaptándose a mentir con el tiempo. Lo que parece curioso es que, siendo conscientes de nuesta capacidad y propensión innata a mentir, sigamos siendo después tan confiados. Para National Geographic, sin la confianza en la comunicación humana, estaríamos paralizados como individuos y dejaríamos de tener relaciones sociales.

Aunque sea algo inherente al ser humano, en muchas ocasiones mentir nos hace sentimos mal, pero lo cierto es que, con el tiempo, el cerebro se adapta y nos afecta menos. Según un artículo publicado en la revista Nature Neuroscience, cuantas más mentiras, mayor es la pérdida de sensibilidad de nuestros cerebros, y menor el malestar. Es todo una cuestión de entrenamiento.

Beatriz de Vera
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