Por qué está mal llamar “retardada” o “lisiada” a otra persona

Soraya Montenegro es un personaje que llamaba lisiada a una joven con discapacidad en telenovela mexicana María la del Barrio
Televisa
En la segunda mitad del siglo XX, acabamos por aceptar que en ciertos casos deberíamos evitar deliberadamente el lenguaje hiriente. Algunos se burlan de la corrección política por ir un poco lejos. No obstante, el objetivo inicial de establecer un lenguaje sin odio era, y es aun, admirable.
A inicios del siglo XX, la palabra anglosajona moron era un término médico para alguien que tenía la edad mental de alguien entre 8 y 12 años. Mongol era una persona con síndrome de Down, y además atacaba indirectamente a la gente de Mongolia, cuyas características (se suponía) se asemejaban a personas con síndrome de Down. Retardado describía a alguien mental, social o físicamente atrasado con respecto a su edad cronológica.
Sabemos que estos términos son principalmente peyorativos. Mongol, siguiendo la tradición australiana de diminutivos, incluso ha derivado en mong, aludiendo a alguien estúpido o que se comporta como tal. Pese a todo, hay un consenso de que tal lenguaje es inaceptable. ¿Cómo llegamos a esto?
El camino a un lenguaje digno
En diciembre de 1948, las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Reivindicando la dignidad de todos los humanos, el Artículo 1 de este documento histórico sentencia:
Todos los seres humanos nacieron libres y en igualdad de dignidad y derechos. Fueron dotados de razón y conciencia y deben actuar hacia otros en un espíritu de hermandad.
El artículo 2 especifica que esto debería aplicarse:
Sin distinción de ningún tipo, como raza, color, sexo, lenguaje, religión, credo político ni otra opinión, origen nacional ni social, propiedad, nacimiento u otro estatus.
La declaración, incentivada por los deshumanizantes sucesos de la Segunda Guerra Mundial, llevó rápidamente a iniciativas concertadas para evitar lenguaje denigrante e hiriente.
La raza y la etnicidad fue la primera área en ser abordada en Australia, donde la filosofía del respeto fue consagrada en la Ley de Discriminación Racial de 1975. Aquello incluyó la controvertida sección 18C, que hizo una falta el ofender, insultar, humillar e intimidar a alguien por motivos de raza y nacionalidad.
En 1980, el alcance creció en Australia para incluir género y sexualidad, con la legitimización de términos como queer (vocablo aglosajón que se traduce como raro o marica) y el incremento de distintos tipos de sexualidad hoy evidente en las denominaciones GLBTQI.
El tercer gran cambio involucró el lenguaje para personas con discapacidad, sea cognitiva o física. El vocabulario anglosajón estuvo infestado de términos que mezclaban la descripción con tintes peyorativos.
Las personas primero
Palabras como sordo, ciego, mudo/tonto, cojo/lisiado no eran solo descripciones de discapacidad física, sino eran usadas de formas negativas.
Hoy, oímos este tipo de lenguaje cada vez menos. Palabras como retardado o adjetivos como demente son especialmente inaceptables. En su lugar, tenemos el principio de las que las personas son primero. La persona y la discapacidad son conceptos separados.
En lugar de frases como persona demente tenemos persona con demencia o persona viviendo con demencia. El Departamento de Envejecimiento, Discapacidad y Atención Domiciliaria de Nueva Gales del Sur enlista de tales términos. Deberíamos evitar términos que sugieren déficit de una forma negativa, como discapacitado, inválido, retardado, entre otros. Debemos también evitar términos que explícitamente especifican impedimentos como limitado (a alguien en silla de ruedas, por ejemplo).
Sufriendo de también debe ser erradicado por la misma razón, en tanto que da a entender que la persona es pasiva e incapaz. Una serie de parafraseos nos permiten evitar términos sensibles. En lugar de ciego tenemos con discapacidad visual. O aún mejor, las personas no son discapacitadas, tienen habilidades especiales o diferentes.
Algunos de estos términos pueden ir demasiado lejos y son, de hecho, eufemismos porque suenan exagerados y excesivamente delicados como el compuesto anglosajón intellectually challenged para personas con discapacidad intelectual.
Es preferible usar un lenguaje que no excluya a las personas con estas condiciones de la sociedad. Un buen ejemplo de lenguaje inclusivo es ambulant toilet, hallado en algunos aeropuertos indicando que el baño es apropiado para cualquiera que pueda caminar.
La ley de Discriminación de 1992 consolida estos temas en la legislación australiana, que hoy forma parte de un paquete de leyes anti discriminación tanto en el país como en el extranjero.
Hablar con alguien con discapacidad
Una guía general para hablar con alguien con cierta condición es preguntarle a la persona cómo le gustaría que sea descrita. En algunos casos, palabras como sordo han sido reconsideradas por grupos como la Asociación Nacional de Sordos en los EEUU. La presencia de la palabra en mayúsculas en el título del colectivo legitimiza el uso del término siempre y cuando sea usado respetuosamente.
De una forma similar, varios colectivos de género han reclamado la palabra queer, y el hecho de que ellos lo usen da licencia a que otros lo hagan también.
El requerimiento para un discurso respetuoso y considerado no es solo un tema de buenas maneras. Tiene asidero legal, y es obligatorio. Los gobiernos, sistemas educativos, compañías, sociedades y otros organismos tienen a menudo lineamientos para el uso del lenguaje hacia personas con discapacidad.
Los Institutos Nacionales de Salud de EEUU recomiendan el uso de intellectually and developmentally disabled o IDD y organismos como Dementia Australia tienen sus propias recomendaciones de lenguaje.
Las instituciones y gobiernos pueden aplicar una serie de sanciones a quienes violan estos principios de forma persistente e hiriente.
Estos principios son hoy comunes en el mundo anglosajón y países de la Unión Europea, especialmente plasmados en su Carta de Derechos Fundamentales.
En poco más de una generación y media, nos hemos convertido en una sociedad más cuidadosa e inclusiva, y una mucho más consciente de la importancia de evitar el lenguaje hiriente. No siempre tenemos la expresión correcta. Pero nos estamos volviendo mejores en ver el efecto de lo que decimos y escribimos desde el punto de vista de otros.
Roland Sussex, Profesor Emérito de la Universidad de Queensland
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
Traducido por N+1
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