Las pulgas, no las ratas, habrían sido las culpables de la Peste Negra

Los médicos de la época solían llevar esas largas máscaras para intentar evitar la infección
Anna Hoffman / Flickr

Un equipo de investigadores de la Universidad de Oslo ha encontrado evidencia que sugiere que las pulgas y los piojos humanos, no los roedores, fueron los causantes de la Peste Negra. En su artículo publicado en  Proceedings of the National Academy of Sciences, los científicos informaron que usaron modelos matemáticos de los registros de mortalidad para demostrar cómo la plaga se habría propagado.

La plaga llegó a Europa en el siglo XIV y rápidamente se esparció por el continente. La pandemia, una de las peores en la historia de la humanidad, mató a decenas de millones de personas.

Hasta el 60% de la población sucumbió a la bacteria llamada Yersinia pestis durante los brotes que se repitieron durante 500 años. El brote más famoso, la Peste Negra, obtuvo su nombre de un síntoma: ganglios linfáticos que se ennegrecieron e hincharon después de que las bacterias ingresaron a través de la piel.

Durante muchos años se creyó que la peste bubónica fue causada por las ratas, jerbos u otros roedores, los cuales actuaban como bancos de bacterias. Las pulgas que picaban a las ratas infectadas luego infectaban a los humanos. Sin embargo, las bacterias también se mezclaban con fluidos corporales.

"El ejemplo clásico es la transmisión de las pulgas (que vivían en) las ratas", dijo la autora principal del estudio Katharine Dean, investigadora de la Universidad de Oslo que estudia las enfermedades infecciosas. Pero los roedores han sido injustamente calumniados por su papel en la pandemia, según un nuevo modelo matemático desarrollado por Dean y sus colegas.

Los científicos generaron una lista de características de la peste basadas en observaciones de campo contemporáneas, datos experimentales o estimaciones. Por ejemplo: la probabilidad de que alguien se recupere de la peste era del 40%. Un piojo portador de la plaga permanecía infeccioso durante un período de aproximadamente tres días. Una persona podía llevar un promedio de seis pulgas.

Sin embargo, alguna información crucial sigue siendo desconocida. La duración de un período infeccioso depende de si la bacteria simplemente cubre las partes de la boca del parásito o se traslada a sus intestinos. "Es muy difícil cultivar pulgas humanas en el laboratorio", dijo Dean.

Los registros de mortalidad de varios siglos proporcionaron los detalles más críticos, dijo el coautor del estudio, Boris Schmid, biólogo computacional de la Universidad de Oslo. “Los observadores podrían documentar el aumento y la disminución de las muertes por peste por semana debido a que la enfermedad era muy virulenta y los signos de infección muy obvios”, añadió.

Tres modelos matemáticos

Usando estos parámetros, los científicos modelaron tres escenarios. En el primero, los piojos y las pulgas extendieron la plaga. En el segundo, los roedores y sus parásitos propagaron la peste. Y en un tercero, los humanos son los responsables de la propagación a través de la tos, en una versión aerotransportada de la enfermedad, llamada peste neumónica.

El primer modelo no coincide con las tasas de mortalidad históricas. La plaga primero debe abrirse camino a través de la población de roedores, en cuyo punto la enfermedad irrumpe en los humanos. El resultado modelado fue un aumento tardío pero muy alto en las muertes, que los datos de mortalidad no reflejan. El modelo de la peste neumónica tampoco encajaba.

"Los piojos del cuerpo humano o las pulgas fueron las principales vías de transmisión en las pandemias medievales", explicó Schmid. Aunque aclaró que el modelado del nuevo estudio, si bien sugiere que los parásitos han dominado la propagación de la plaga históricamente, no descarta otros medios de transmisión.

Esta no es la única plaga que mató millones de personas. Esta semana un estudio encontró que la Salmonella fue la culpable de la peste “cocoliztli” que mató cerca del 80% de la población azteca.

 

Victor Román
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, ciencia que suma

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