El veneno ecuatoriano para cacería que contribuyó a la anestesia moderna

Wikimedia Commons
Hasta el año 1942 había sido difícil que un paciente permaneciera totalmente sedado durante una cirugía. Las anestesias que existían en esa fecha no lograban hacer que las personas se queden totalmente inmóviles e intentarlo, usualmente significaba colocar a los pacientes en niveles de inconciencia mayores, lo cual podía ser riesgoso.
Sin embargo en ese mismo año, un anestesista canadiense publicó un estudio sobre su exitosa experiencia en la administración de una nueva sustancia a la hora de realizar una cirugía abdominal. Lo que pocos sabían era que esta sustancia tenía su origen en un veneno usado para cazar presas en los andes de Ecuador.
En 1932, según cuenta en su última edición NewScientist, Richard Gill, un norteamericano propietario de plantaciones de cacao y café en el Ecuador observó cómo los Canelo, un pueblo vecino preparaba un brebaje negruzco al que le llamaban “la muerte voladora”. Esta sustancia pegajosa, hecha en base a varias plantas, era colocada en la punta de las flechas y luego usada durante las cacerías.
"Un simple pinchazo en la piel por un dardo cargado con la muerte voladora, y cualquier bestia de la jungla adecuada para cazar con este método caía muerta sin dolor, en cuestión de segundos", escribió Gill en White Water and Black Magic, publicada en 1940.
Para el resto de occidente esta sustancia tenía otro nombre “curare”, la cual era una serie de venenos de origen vegetal con que los indios impregnaban flechas y cerbatanas. Estos venenos causaban parálisis progresiva, que resultaba mortal cuando las toxinas llegaban a los músculos respiratorios. Los pulmones del animal dejaban de funcionar y, aunque su corazón continúa latiendo, este se ahogaba.
Eventualmente Gill regresó a los EE.UU. y luego de unos años viviendo en Norteamérica comenzó a sentir síntomas extraños como un temblor en sus manos, entumecimiento en sus piernas y espasmos musculares dolorosos. Los doctores le diagnosticaron esclerosis múltiple y le sugirieron una nueva droga experimental: curare.
El problema era que el curare era escaso y no siempre de una buena calidad, pocas personas conocían la receta exacta. Entonces, dándose cuenta de que se encontraba en una situación única, Gill decidió regresar al Ecuador.
Superando los problemas con su enfermedad y un viaje duro a traves del agreste ambiente de la selva ecuatoriana, en 1938, Gill llegó a su destino. Ahí prestó mucha atención a la preparación y a las plantas que utilizaron los locales para cocinar el curare. Tomó muestras de cada una, junto con decenas de otras que pensó que podrían tener usos médicos.
Cuatro meses después, la expedición regresó con más de 10 kilogramos de curare procesado. Envió los especímenes botánicos a Boris Krukoff en el Jardín Botánico de Nueva York. Una de esas plantas fue el Chondrodendron tomentosum, que ahora sabemos que es una de varias especies que contienen alcaloides con acción tipo curare.
Richard Gill y un miembro del pueblo Canelo cocinando un poco de "Muerte Voladora
University of California, San Francisco
NewScientist
El pilar de la anestesia en la actualidad
Gill llevó suficiente pasta de curare como para que los químicos estudien sus propiedades y desmenucen la estructura molecular del principal ingrediente activo, la tubocurarina. Una empresa llamada E. R. Squibb and Sons estandarizó y comercializó el curare como Intocostrin. Los médicos lo usaron para tratar la parálisis espástica y también para prevenir las fracturas frecuentes que se observan en pacientes psiquiátricos durante la terapia de choque electroconvulsiva.
Pero su mayor impacto fue en la cirugía. Durante la Segunda Guerra Mundial, un anestesista llamado John Halton que trabajaba en Liverpool, Reino Unido, escuchó sobre Intocostrin de un médico estadounidense estacionado en el país. Su combinación de anestésico, analgésico y relajante muscular se hizo conocida como la técnica de Liverpool, la cual sigue siendo el pilar de la anestesia en la actualidad.
Gracias a esta antigua técnica nacida en los andes sudamericanos, la medicina moderna pudo dar un paso importante y ahora es posible, por ejemplo, realizar procedimientos extremadamente delicados y que requieren de un paciente totalmente quieto, como las operaciones oculares y la neurocirugía.
Victor Román
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, ciencia que suma.
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