La vaca con cara de bulldog que fascinó a Darwin se extinguió en la búsqueda de la raza perfecta

Foto de una vaca Simmentaler moderna (arriba) en comparación con la vaca niata (abajo). / Kristof Veitschegger, Universidad de Zurich
"Muy pocas personas saben que hace cientos de años existió una vaca con una cara similar a la de un bulldog, llamada vaca niata", cuenta Laura Wilson, investigadora de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia). Este mamífero, que que fascinó a Charles Darwin cuando la vio por primera vez en Argentina hace 180 años, era una raza única y su peculiar anatomía no le hacía sufrir, como a algunos bulldogs, problemas respiratorios o de alimentación. Esto se desprende de un estudio publicado en la revista Scientific Reports, en el que se utilizaron las últimas técnicas genéticas y anatómicas para analizar los restos de la vaca niata, una rara especie de cara chata, ahora extinta, de la que se conserva un número limitado de esqueletos en algunas colecciones en todo el mundo.
Charles Darwin vio este extraño animal cuando visitó la pampa argentina y las áreas alrededor de Buenos Aires en la década de 1840. Escribió sobre ello y planteó preguntas sobre su verdadera naturaleza: su anatomía, su relación con otras vacas y su funcionamiento, en vista de la peculiar forma de su cabeza. El anatomista suizo Rütimeyer también escribió sobre la niata en sus extensos estudios sobre el ganado. Con nuevas herramientas no disponibles para los investigadores del siglo XIX, el equipo australiano-suizo tuvo la oportunidad única de estudiar su anatomía .
Los investigadores confirmaron la sugerencia de Darwin de que este tipo de ganado extinto es una raza verdadera, con características craneales únicas. "Una verdadera raza es un tipo que se conserva en el tiempo en sus características y se puede distinguir de otras razas, incluso si se cruzan con otras razas", indica Wilson.
Ahora también se sabe que la niata era una raza taurina, única entre el ganado debido a su hocico corto y su mordida inferior, una anatomía que dio lugar a diferencias en el funcionamiento de algunos de los mecanismos de alimentación. Específicamente, los análisis anatómicos mostraron que aunque la cara de la vaca niata se acortó y había una mordida inferior, las regiones nasales de la niata no se vieron realmente afectadas por estos cambios, y la niata, en contraste con los casos extremos con algunos bulldogs, no sufrir problemas con la respiración
Los investigadores también utilizaron técnicas avanzadas de modelado computacional para ver si la cara corta afectaba a la capacidad de masticar alimentos en comparación con otros bovinos, demostrando que durante la alimentación la niata experimentaba una menor cantidad de estrés en los huesos de su cráneo.
Reconstrucción de la vaca de niata. /Jorge González, Argentina. UNSW
A pesar de su singularidad, esta vaca pudo comer y vivir como cualquier otra. Aunque los investigadores aún desconocen las razones de la desaparición de esta raza, ya que no existen estudios detallados de sus poblaciones a lo largo del tiempo, suponen que su extinción en Argentina no fue el resultado de no ser aptos, “sino que se produjo en paralelo con la intensificación de la ganadería y la búsqueda de la raza óptima. Esto significó que se explotaron menos razas y muchas se extinguieron. Esto ha sucedido con muchas especies de animales domesticados, lo que ha resultado en una disminución de la diversidad genética y morfológica en los animales más cercanos a nuestras vidas", explica Marcelo Sánchez-Villagra, científico de la Universidad de Zurich (Suiza) y coautor del estudio.
La domesticación ha resultado en cambios en la apariencia de muchos mamíferos, y una gran cantidad de variación es evidente entre diferentes razas, con cruces comunes, por ejemplo, entre el perro salvaje nativo de Australia, el dingo y los perros domésticos. "La vaca niata representa un ejemplo de extinción de razas raras. Comprender los aspectos de su biología les permite a los científicos comprender mejor cómo se pueden apoyar las especies amenazadas", concluye Wilson.
Beatriz de Vera
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, ciencia que suma.
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