A Ángela Posada-Swafford la leí en varios artículos en Scientific American, NatGeo y NewScientist antes de percatarme que iba atrás de mi en la van que nos llevaba a la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, a la que invitaron a ella y otros periodistas latinoamericanos mucho menos expertos (entre los que me incluyo) a hablar sobre la comunicación de la salud a inicios de este año. Sencilla, dinámica y jovial, la Ángela que conocí denota otra faceta de la escritora dedicada, artística y principalmente extrema que es en sus relatos y anécdotas en el periodismo, donde ha hecho cosas impensables para colegas del promedio. Me animo a decir que es una de las pioneras del periodismo extremo en ciencia, una categoría que por supuesto acabo de inventar. Pero vaya que sí le calza. Posada nos regaló esta entrevista que le solicité para conocer su experiencia su vida y algunos secretos que la han convertido en una de las referentes del periodismo de ciencia de habla hispana. Estamos seguros que inspirará, como a nosotros, a otros comunicadores o investigadores que quieran dedicarse a la importantísima labor del periodismo científico. Su historia es una de persistencia, talento, y la capacidad de aprovechar cada una de sus oportunidades.
Ángela, además, publicó recientemente Hielo: bitácora de una expedicionaria antártica, donde recoge momentos y fotos de sus 6 expediciones por el Continente Blanco. La más reciente a bordo de un avión de la NASA volando sobre el Polo Sur geográfico en vuelo rasante para medir el grosor de la capa de hielo.
Pionera latinoamericana en el periodismo de ciencia
Como ocurre cuando no existe un campo, Ángela se abrió paso a propio pulso en el periodismo científico. Eran los 80’s en Colombia, y no había ni universidades, ni maestrías, ni diplomados en el tema. Su primer amor fue la biología marina, aunque se le volvería algo “impráctico, un poco complicado” y por ello decidió escribir sobre el mismo tópico. Publicó en el diario colombiano El Tiempo, hasta que un amigo de la familia le recomendó tomar una maestría en periodismo escrito en Kansas, EEUU. “La maestría era muy interesante, pero sentía que me hacía falta algo”.
N+1: ¿Cómo llegaste a ser periodista de ciencia en una época que no era una labor tan reconocida, y especialmente en el mundo hispano?
Ángela: Tuve la suerte de que al final del master di con un profesor que estudiaba los gatos de dientes de sable, que habitaron la región de Kansas. Esto propició que él me invitara a una excavación, y eso me llevó a escribir mi primer artículo de ciencia para el periódico de la Universidad de Kansas. El conocerlo propició que me invite a una excavación, y eso llevó a que escriba mi primer artículo de ciencia para el periódico de la Universidad de Kansas. Todo esto me encantó, me di cuenta que era lo mío.
¿Así de sencillo?
No tan sencillo. Luego volví a Colombia, a trabajar en El Tiempo en calidad de correctora. Me casé con un gringo que conocí en Kansas: me decían que fui por un master y volví con un míster (risas). Después me ofrecieron un puesto en El Nuevo Herald (que es la versión en español de The Miami Herald) pero tuve tan mala suerte que el día que llegué renunció el editor que me contrataba. Entonces quedé flotando en el aire con mi máster, ya que este no les importaba mucho. Me ofrecieron ser traductora por las noches, del inglés al español, y ser oficinista: archivaba fotos, le pagaba a los señores de los crucigramas. Me comí el orgullo del máster, pero a la par comencé a escribir y vender historias a mi propio periódico. Logré que me contrataran, pero me dieron la edición de la sección cocina. ¡Y a mi se me quema el agua! (risas)
¿Ciencia en la cocina?
Por entonces se hablaba de los alimentos genéticamente modificados. La comunidad latina en Miami, mayormente cubana, no tenía idea de lo que era un alimento GMO. Entonces yo les explicaba lo que esto significaba. Cuando me tocaba hablar con algún gran chef, les preguntaba qué significaba trabajar con estos alimentos, y era una mezcla interesante.
Y así nació el amor...
Efectivamente, empecé a enamorarme del periodismo científico porque empecé a cubrir la NASA. (Cabo Cañaveral) está a tres horas de mi casa, y yo iba en mi auto a todos los lanzamientos. Empecé a autoinstruirme, porque no tenía idea pero me fascinaba. Así arranqué con el periodismo científico y ambiental, cada vez más orientado a las ciencias básicas. Empecé a entender el ciclo del carbono, hablé de la acidificación del océano. En ese momento empezaban a salir en medios los problemas del Parque Nacional de los Everglades. Todo ocurrió en el Herald: era delicioso: un día me iba a marcar tiburones, y otro día iba con el chef. Eso duró aproximadamente 9 años.
Lo que yo intento siempre es hablar con la fuente original del estudio. Pedirles anécdotas y humanizar sus hallazgos. Y usar los boletines de prensa como un punto de partida únicamente.
¿Qué detuvo esta maravillosa rutina?
Entonces el periodismo empezó a tener problemas porque me tocó el inicio del Internet. Me acuerdo que nos daban unas grandes conferencias de algo que se llamaba el videotexto. Empezábamos a trabajar en computadoras grandísimas que llamábamos coyotes. Nos decían que debíamos competir con el Internet, y en lugar de poner ladrillos enormes de texto teníamos que poner gráficos. Nos metían terror. Pese a que surgieron las páginas web, yo siempre estuve en el periodismo escrito. Cuando las cosas se pusieron color de hormiga, dejé el periódico y empecé a hacer free-lance.
Periodismo científico en el MIT
Y entonces llegó el momento clave en la vida de Posada. La crisis y la oportunidad. Cuando el Internet irrumpía con las nuevas tendencias, ella decidió seguir en el periodismo escrito. “Yo prefiero la noticia suave, y dejar de lado la dura; no cantar el hecho de que encuentren vida en Marte sino esperar y luego contar una historia”. Así, encontró a más profesionales como ella y supo de una maestría que le cambiaría la vida.
Las cosas parecían poco alentadoras…¿cómo hizo para posicionarse en esta profesión en tiempos tan difíciles?
Mi momento pivotal llegó al entrar a la Sociedad de Periodistas Ambientales y a la Sociedad de Escritores de Ciencia, una maravilla. Allí conocí a colegas de EEUU, y abrí puertas a lo que hago ahora: a la astronomía, la paleontología, y la arqueología. Cada artículo fue una pequeña tesis de grado para mí. Luego encontré lo que también recomiendo, las becas de periodismo científico Knight en el MIT. No recuerdo cómo me enteré, creo que me llegó un correo electrónico, pero solicité inmediatamente mi inscripción. Creo que les pareció exótico que una periodista de habla hispana ingresara, fui la primera. Entonces me puse a aprender de ciencia: recuerdo hasta ahora un libro de biología molecular que empecé a leer y recordar cosas como la división celular, entre otras.
¿Cómo fue la Beca Knight De Periodismo Científico en el Instituto Tecnológico de Massachussets?
Fue como estar en una tienda de chocolates y no saber qué bombón escoger. Dejé todo lo que tenía para ir a vivir por un año a Cambridge, y asistir a diario al MIT. Recibí una oficina, una business card y empecé a tomar café con los científicos del MIT y de Harvard, quienes me hablaron de lo que estaban haciendo. Tus profesores, algunos de ellos, eran ganadores del Nobel. Tenía cerca el Laboratorio Jackson, en Maine, donde crean los modelos de ratones para estudios genéticos…¡alucinante! Eso entre muchas cosas increíbles. En los corredores de estas Universidades, encontrabas anuncios como que mañana John Glenn, el célebre astronauta, daba una charla a las 2 de la tarde. O que el presidente de tal país conferenciaba en Harvard. Hoy exigen a los fellows que hagan proyectos.
En tu relación con científicos, ¿cuáles fueron las historias más memorables que te tocó cubrir?
Doné mi cuerpo como conejilla de indias a un montón de experimentos. Muchos con la NASA. El MIT es el sitio que más astronautas ha graduado. Ellos han estudiado mucho la microgravedad y sus efectos al cuerpo, por ejemplo. Para ello necesitaban someter a varios voluntarios a algo lamado 'la cama de gravedad". Cuando llegué a entrevistar al autor principal del estudio me dijeron que me necesitaban y que asistiera todos los jueves por 4 meses, con un pago de 10 dólares la hora. Me ponían un montón de instrumentos en la cabeza, me ponían en la cama giratoria, centrífuga, yo acostada. Luego me preguntaban cómo me sentía de mareo del 1 al 10 al mover la cabeza. Yo soy un poco inmune al mareo, pero con todos esos giros sentí que se me venía el mundo abajo. Estudiando el movimiento de mis ojos y pupilas, usaron esos resultados para ayudar con el mareo en los astronautas, que se marean mucho. Pero de aquí, me gané un vuelo al “cometa del vómito”.
En el cometa del vómito. Cortesía: Ángela Posada-Swafford
¿Qué era el cometa del vómito?
El apodado 'Cometa del vómito' es un avión de la NASA que realiza vuelos parabólicos, es decir, dibuja una serie de arcos en el cielo que producen momentos de hipergravedad y tambien de microgravedad. La idea es poner a prueba los experimentos que se habrán de llevar al espacio. El 70% de la gente a bordo se marea, incluidos los mismos astronautas. Fue una locura, pero volví varias veces porque me encantó, aunque acababa con los pelos como medusas…(risas). Pero también hice astrofotografía, y tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los descubridores de los anillos de Urano.
¿Cuál fue la entrevista que más te marcó?
Entrevisté al increíble, irascible y genial Stephen Jay Gould. Sus clases se llenaban. Aunque creo que la más importante entrevista que hice fue a Roy Jay Glauber, último sobreviviente del proyecto Manhattan (que construyó la bomba atómica). Tenía noventa y tantos, una persona increíble que quiso hablar sobre la construcción de esta bomba antes de morir. Gané el premio Simón Bolívar con esta entrevista.
La Antártida, un segundo hogar
Posada en uno de sus varios viajes a la Antártida.
Ángela es colombiana, vive en Miami, pero hay un tercer lugar especial para esta comunicadora extrema por excelencia, y ese tenía que ser la Antártida. Fascinante, misteriosa y vasta, no bastó para disminuir el espíritu aventurero y osado de Posada.
¿Por qué has dado tantas vueltas por la Antártida y por qué este continente lejano significa tanto para ti?
La Antártida para mi siempre ha sido interesante, desde chiquita. Mis amigas tenían fotos de artistas de cine; y yo de exploradores antárticos como Shackleton y Scott, siempre veía algo de interesante en ellos. Y me juré que llegaría al polo de alguna forma.
¿Cómo llegaste por primera vez?
Todos los años la National Science Foundation abre convocatoria a periodistas norteamericanos a la Antártida. Y empecé a intentarlo, diciéndoles que muchas personas hispanas en EEUU necesitaban saber de lo que hacía el país en ella en su idioma. Pero como no me hacían caso, fui a buscarlos personalmente a la oficina y dije mi sentir al jefe de la fundación. ¡Y regañaron al encargado por no haberme llevado antes! Me permitieron ir con un amigo productor de videos e hice como 48 artículos.
¿Cómo era el itinerario de una periodista latinoamericana en la Antártida?
Es un viaje tan complejo en su logística, que no puedes estar allá menos de tres semanas. Durante esa primera expedición (después de esa estuve en la Antártida otras cinco veces), llegué a la base McMurdo, un centro que podría considerarse la capital antártida. Allí hay varios laboratorios enormes, y una pista para los aviones que van al polo sur geográfico, a tres y media horas de allí en avión Hércules con patines de hielo. Acompañé a científicos en sus salidas de campo para estudiar procesos geológicos, glaciológicos, y observaciones de pingüinos. Fue la experiencia más linda que pude tener.
¿Qué lecciones te llevaste de un continente tan fascinante?
Me abrió los ojos a las teleconexiones invisibles que unen a la Antártida con el resto del planeta. Por qué la Antártida, por ejemplo, es importante para el Perú y para los trópicos. Por qué países como Perú y Ecuador tienen programas polares. Cómo las corrientes de aire y agua globales están influenciadas por esta gran masa de hielo y cómo dictan los patrones de clima en el interior de los países tropicales. Eso, entre tras muchas cosas.
Y resultaste teniendo un segundo oficio, por lo que pude conocer…
Efectivamente. También resulté siendo una diplomática de la ciencia, ya que por mi experiencia, el Comandante de la Armada Nacional Colombiana me llamó para ayudar en la primera expedición colombiana en la Antártida. Conocí el programa polar peruano y ecuatoriano, y aprendí a tratar con gente de Perú, Ecuador, Chile y Argentina a bordo de nuestros buques. Pero especialmente, usé esta diplomacia para pedirle al director de la Estación de Investigaciones Palmer, de EE.UU. (donde yo había vivido anteriormente durante dos meses) que nos diera la bienvenida a los expedicionarios colombianos, y que nos prestara ayuda para hacer un estudio sobre elefates marinos.
Divulgación científica para niños
No obstante todas estas correrías, “la mayor aventura” de la vida de Ángela, en sus propias palabras, fue escribir para niños. Un amigo la convenció de escribir sobre sus aventuras para niños de 8 y 13, y logró interesar a la editorial Planeta en Colombia. Prueba de ello es su colección de libros “Aventureros de la ciencia”.
¿Cómo notas la recepción de tus libros de divulgación?
Es increíble. Me permite conocer a profesores y niños. Y establezco relación online con ellos, algo que empecé en el 2003. Recibí correos de jóvenes que leyeron mis libros o que me oyeron en conferencia y ahora estudian ciencia, y otros que quieren ser divulgadores científicos. No tengo hijos, pero yo soy como la tía de todos.
Ángela Posada-Swafford.
¿Qué le recomiendas a las personas que quieren dedicarse a la comunicación de la ciencia?
Que se dediquen a esto si tienen la pasión por entender bien los temasLo que yo intento siempre es hablar con la fuente original del estudio. Pedirles anécdotas y humanizar sus hallazgos. Y usar los boletines de prensa como un punto de partida únicamente. No porque lo diga el New York Times necesariamente está bien. Recomiendo también leer la mayoría del tiempo y echar mano de las herramientas literarias: metáforas, analogías, ya que estas hacen la diferencia entre entender y gustarte el artículo. Creo que el periodismo narrativo de ciencia es el más efectivo porque cuenta el cuento y uno necesita ese espacio, para contarlo a través de los ojos de la persona que hace la ciencia.
Daniel Meza
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, tecnología que suma.
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